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¡Ojo con la estética!

¡Ojo con la estética!

En estos momentos de crisis e inestabilidad recibimos gran cantidad de información fragmentada que se convierte en la base para elaborar nuestras opiniones. Datos en forma de cifras, tendencias, imágenes, muchas imágenes, slogans, declaraciones, audios, titulares, etc. Confiamos íntimamente que el discernimiento y justa valoración que hacemos de tanta noticia surge de razonamientos lógicos y éticos, sin embargo, nuestro posicionamiento en gran medida está mediado por juicios estéticos. Al ser conocimiento sensible no siempre nos detenemos a analizarlo, el juicio estético suele ser instantáneo, contundente, lapidario. Tanto así que incluso nos define ante los demás.

Cuando hablo de estética no me refiero a la apariencia de las cosas como valor intrínseco que emana de ellas. Esa visión coincide más con una operación expresiva cercana a la retórica, al lenguaje creativo, aunque casi siempre se confunda. Lo estético comienza en ese juicio individual, subjetivo, que mediado por los sentidos (aesthesis) nos hace tomar un partido, por lo general reducido a bonito o feo, aunque nuestra paleta de sensaciones sea (ojalá) mucho más rica. Una cosa no tiene o carece de estética, la estética se configura en mi relación sensible con las cosas.

Su condición subjetiva hace que cualquier dato o realidad, por fehaciente que sea, pueda ser ignorado sin la menor crítica gracias al juicio instantáneo propiciado por el poder de la recepción sensible del hecho. La retórica de la esvástica, del traje acorazado, del corte militar es tan sugerente para un joven como la de la melena, el tatuaje de El Ché y la barba revolucionaria. Independientemente de lo que signifiquen ambas posturas su retórica visual es tan potente que ella sola atrae a muchos, o por el contrario, causa su repudio. La seducción se configura desde lo estético y no sólo se utiliza para reproducirnos, escoger canciones o vender bebidas gaseosas; es tan importante que los asesores de imagen saben que la batalla por una presidencia se libra en el terreno de lo estético. Trabajan para que el “carisma”, en otras palabras, la sensación positiva que despierta alguien en las masas, esa intuición que logra identificación, sea el principal valor que asegure el voto y elaboran con esmero su retórica (visual, gestual, sonora, textual, etc.). No es anecdótica aquella afirmación de Trump: “podría disparar a la gente en la quinta avenida y no perdería votos”. El juicio estético absorbe y empaqueta cualquier otra consideración lógica o ética, canaliza descontentos y simpatías, condiciones sociales, adhesiones culturales, prejuicios, prácticas de consumo, memorias y tradiciones familiares. ¡Es poderoso! Y peligroso, si se transforma en juicio moral.

Presentación del grupo estudiantil Pepa de Aguacate, grupo de circo.

La infausta reforma tributaria presentada por el gobierno ha molestado en gran parte por su retórica, dado que el contenido y consecuencias profundas son apenas entendidas por una minoría técnica. Con todo, su presentación soterrada, confusa e inoportuna invita a un generalizado y sencillo juicio estético: hacer eso en estos momentos “es feo”. Lo mismo el sueldo de los congresistas, reducirlo no mejorará sustancialmente la economía nacional, pero ante tanta desigualdad se nos presenta como un problema estético más que ético.

¿Acaso el racismo no parte de una apreciación estética? El inicial juicio a la apariencia que se formula como el negro, el indio, el sudaca, el chino, el moro, el pakie, en fin, el otro, el diferente (al modelo único), busca posteriormente juicios “lógicos” que argumenten el rechazo, sustenten y ratifiquen aquel juicio inicial nacido de un pre-juicio. “Es que son perezosos, es que quieren todo gratis, es que vienen a robar lo mío”.

Pero a todos esos sentires individuales se les suma una dimensión colectiva. El gran escenario estético de nuestra existencia es la ciudad, es el espacio compartido en el que se desarrollan todo tipo de relaciones afectivas. La miseria y la opulencia urbana tienen algo en común: impactan nuestros

sentidos. Lo perverso es que en Cali, ciudad convulsa por estos días de mayo (otra vez mayo), la miseria y la opulencia conviven a pocos metros de distancia, se miran ambas por las ventanas, como en el agitado París de 1789 en el que palacios y tugurios se intercalaban en el asfixiante espacio urbano. No será casualidad tampoco que Cali tenga uno de los índices de espacio público por habitante más bajos del mundo. La OMS plantea que el ideal es de 16m2 por habitante, mínimo 10m2. Bogotá tiene 4,9m2. ¿Y Cali? 2,6m2 y disminuyendo. La decisión política de robarle terreno al ágora, de estrangular el espacio colectivo en aras del privado tiene sus consecuencias. Que lo diga Luis XVI.

Ante las retóricas de la guerra el poco espacio público que queda se presta también para ofrecer otros lenguajes. Siempre en estos casos emergen manifestaciones en forma de música y colores que cubren, con ánimo terapéutico, el poco espacio común; lienzo para la expresión, en una rabiosa necesidad de que haya otra posibilidad estética a la de la guerra a la de la precariedad o a la de la opulencia. Falta más plaza, más ágora, más foro (no-virtual).

Participación del Comité de Gestión estudiantil

En este gran espacio compartido de carencias, la educación, además de propiciar marcos de referencia estéticos desde lo histórico y desde lo técnico, representa una gran oportunidad, no para conducir los juicios estéticos individuales hacia este u otro lado, hacia aquello que es más “bonito” que lo otro, algo a todas luces ideológico, cultural, histórico y territorio del gusto, sino para facilitar que el juicio estético sea motivo de crítica, que no se convierta en una reacción automática a lo que nuestros sentidos reciben y procesan, que propiciemos una luz para que los estudiantes vuelvan sobre ese “me gusta” o “no me gusta” y lo enriquezcan, piensen sobre su validez, sobre su procedencia, sobre su pertinencia social e individual y sobre la posibilidad de no imponerse sino, de articularse positivamente con los juicios de otros.

Un par de años atrás la Facultad de Humanidades y el Medio Universitario de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali coordinaron un evento sobre Estética y ciudad y finalizando la charla un estudiante expresó lo siguiente: durante una brigada de ayuda humanitaria que la universidad organiza periódicamente en zonas marginales de la ciudad una de las compañeras participantes -relataba el estudiante- manifestó su desagrado ante el olor y apariencia harapienta y sucia de algún desafortunado habitante de la calle al que ayudaban. A renglón seguido el joven me pregunta: “profesor, ¿cómo hacer para que mi compañera no realice ese juicio estético respecto a aquel ser humano?”. Mi respuesta fue que no podemos entrar a reglamentar o conducir esa sensación subjetiva, y que la compañera no está equivocada o acertada; lo importante en ese caso es que ella tenga la capacidad de problematizar ese juicio y utilizarlo para pensar el por qué hay personas en esa condición que “me desagrada” y ojalá, para actuar en consecuencia. No se trata de an-esteciarnos, de suprimir el estímulo de los sentidos. El olor, lo que veo, lo que oigo son mensajes que recibo y asimilo, pero a su vez son más que un simple proceso biológico, son una puerta a la sensibilidad a dos vías.

Se cree que lo estético es un complemento a nuestros juicios lógicos, a nuestras proposiciones, algo que las adorna, que va en la superficie, por tanto, superfluo, que es cosmético y no modifica lo sustancial, en otras palabras, que es inútil para un mundo utilitarista. Gran error, la estética es tan inútil como el amor o la amistad. Su procedencia profunda le hace fundamental, la estética es previa al lenguaje y es el juicio más intenso, inicial, sincero e íntimo que todos podemos ofrecer. Entenderlo, prestarle atención, tener claro cuándo el juicio estético se vuelve moral, puede matizar la relación y el dictamen sobre el “otro”.

Si bien es un poco pretencioso, y hasta provocador ofrecer una “educación sentimental” -parafraseando el libro de Flaubert-, sí que podemos estimular una postura crítica y autocrítica que

construya espacios de encuentro entre lo social y nuestra individualidad. Lo estético, en el verdadero sentido del término, es una forma de conocimiento fundamental y poco atendida, es el cara a cara con el mundo, es un camino que humaniza tanto dato, cifra, medición e indicador que en su frialdad abstracta se ha convertido en casi la única referencia para actuar y tomar decisiones ajenas a lo humano pero que le competen. La herencia de la modernidad redujo el ser humano y la naturaleza a recursos, el planeta a un sistema cerrado de interacciones, y la verdad a la verificación de flujos de información, en consecuencia, se viene restringiendo cada vez más cualquier experiencia vital. Expandamos la estética como forma de conocimiento y hagamos que sea no solo instinto, sensación y juicio lapidario o asunto del “buen gusto”, sino punto de partida para construir y conocer(nos).

 

Joaquín Llorca, mayo de 2021.

Facultad de Creación y Hábitat

Pontificia Universidad Javeriana Cali. Colombia